El mejor amigo del hombre 3

20.04.2011 20:14

Capítulo 3:

Sus ojos se habituaron en unos pocos segundos a la penumbra de la habitación, sabía que ella estaba sola porque había visto salir al inutil andrajoso con el perro, un poco más tarde que de costumbre, pero suponía que tardarían más o menos el mismo tiempo en volver ya que siempre hacían el mismo recorrido.

En el último instante decidió cambiar de planes y acabar tan solo con ella. Necesitaba asegurarse de que desapareciera de una vez el veneno que esa perra le había inyectado al mirarle a los ojos. La temía tanto como la odiaba. Tenía la misma mirada que su madre aquella noche en que le dio su último beso de buenas noches. Ella también le había descubierto y debía morir por ello.

Empezó a notar ese cosquilleo que sentía en el estomago cada vez que se preparaba para matar a alguien. Era una sensación agradable y hasta que conoció a esa bruja, la única emoción que había experimentado en toda su vida.

 Escuchó pasos en el piso de arriba. -Está despierta- pensó, mientras su mano derecha agarraba con más fuerza el cuchillo que había traido de casa. Era su preferido, el mismo que había utilizado para matar a su familia muchos años atrás y el que ahora le serviría para acabar con esos poderosos demonios que le atormentaban en sus oscuras pesadillas. Después de esa experiencia, estaba seguro de que por fin se convertiría en ese Ser que siempre había anhelado ser. Un ente superior que podría mirar a la raza humana como escoria y sentirse insultado ante su sola presencia.

Lloró en silencio presa de un estado de éxtasis total. Inmovil y amparado por la oscuridad dio gracias porque por fin había llegado ese momento. Tan solo un pequeño obstaculo de ojos verdes le separaba de su ansiado objetivo. Pronto, muy pronto, su dueña se los cedería para que ellos también formasen parte de su macabra y amplia colección.

 

Oso estaba muy nervioso. Carlos tenía ciertas dificultades para conseguir que le obedeciese a la primera, a pesar de trabajar como adiestrador de perros y por tanto estar muy familiarizado con ellos.

Era como si, por alguna extraña razón que no llegaba a comprender, el perro estuviese empeñado en no salir de paseo esa noche. Normalmente ambos disfrutaban de este, aunque no precisamente en ese momento pues se encontraba tumbado en el suelo, gimiendo lastimosamente y se negaba a seguir caminando. Al principio pensó que su vecino, el viejo, le había dado de comer algún tipo de veneno a través de la valla que separaba ambas casas y por esa razón el animal estaba tan raro pero desecho esa idea cuando comprobó que lo único que quería el mastín era volver a casa y cuanto antes mejor.

Agradeció enormemente el encontrarse en buena forma física mientras corría con todas sus fuerzas detrás del can. Normalmente no necesitaba de ninguna correa para dominarle pues le bastaba con utilizar su firme voz al invocar las órdenes aprendidas durante años de entrenamiento para que este le hiciese caso. Ese era el motivo por el cual Oso siempre salía a pasear suelto cuando iba con él y aunque aun no lo sabía también sería la causa de que esa noche su mujer no acabara muerta a manos de un terrible psicopata que silenciosamente se había introducido en su hogar, amparado en la oscuridad de la noche.

A pesar de recorrer la distancia que les separaba de la casa en un tiempo record, el animal había llegado mucho antes que él. Se acercó jadeante por el esfuerzo hasta donde estaba tumbado y descubrió con una mezcla de asombro y terror que alguien le acababa de clavar un cuchillo en el lomo. Por fortuna, parecía que se iba a salvar de esta ya que el arma no parecía demasiado grande y por su constitución y fortaleza haría falta mucho más que eso para acabar con el bueno de Oso.

Sus pensamientos ahora se centraban en María, desde la parte del jardín en la que se encontraba podía observar como la puerta principal estaba completamente abierta y el interior a oscuras. Una sombra la cruzó y él suspiró aliviado al ver que se trataba de ella. Su querida y preciosa compañera estaba a salvo, muy asustada, pero sin un solo rasguño que se pudiese apreciar a simple vista. Entre los dos subieron al perro a la furgoneta y se dirigieron apresuradamente al veterinario desde donde llamaron a la policia.

 Estos no sabían ni lo que hacer, se suponía que aquel era un pueblo tranquilo en donde nunca ocurrían ese tipo de cosas. En todos sus años de servicio, como mucho, habían tenido que intervenir en alguna discusión doméstica o para apaciguar a algún paisano que se había pasado con las cervezas en el bar de la plaza.

Así que llegaron a la errónea conclusión de que el causante del ataque al perro debía de ser algún enemigo de la pareja procedente de su anterior lugar de residencia, ya que por esa zona no había nadie que fuese capaz de hacerle eso a un pobre animal. Se desplazaron hasta la casa para comprobar que estuviese vacía y después de dar un par de vueltas en el coche patrulla buscando algún vehículo desconocido que pudiese resultar sospechoso, volvieron a la oficina y archivaron el informe del caso dando por supuesto que no se volvería a repetir nada parecido.

 

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