El mejor amigo del hombre 4

05.05.2011 11:53

  

Capitulo 4

Cerró los ojos al sentir el agua fría en contacto con la herida, ese chucho estúpido le había destrozado el brazo. Estaba seguro de que iba a necesitar unos cuantos puntos de sutura pero no le importaba demasiado. Estaba acostumbrado al dolor y no era la primera vez que se cosía a sí mismo. Esbozó una media sonrisa al recordar que ese pulgoso tampoco se había ido de rositas. Sabía que no le había matado pero esperaba haberle hecho bastante daño.

Debía recuperar el cuchillo lo antes posible. Era una fuente inagotable de pruebas en su contra. Una caja de Pandora que cualquier oficial listillo de tres al cuarto con ansias de gloria podía utilizar en su propio beneficio. Afortunadamente ese tipo de policías no abundaban por esa zona.

Una vez terminó de curarse la herida se dirigió al sótano de la casa. Necesitaba calmarse un poco, así que abrió la vieja puerta de roble con la llave que siempre llevaba colgada al cuello y se deslizó escaleras abajo. Los recuerdos de sus víctimas eran su mayor tesoro. Cada vez que se encontraba perdido o temeroso, como en ese momento, pasaba horas admirando el contenido de las estanterías y recordando con placer las batallas que había librado para hacerse con aquel botín.

Cogió uno de los frascos de formol y se sentó en el sillón. Aunque le gustaba su tacto, siempre se había preguntado si la piel humana abrigaría igual. Estaba seguro de que sería bastante más confortable y secretamente solía fantasear con invitar a un par de mujeres a casa para poder despellejarlas con más tranquilidad y así hacerse uno. Pero sabía de sobra que aún no estaba preparado. Las voces de su cabeza se lo repetían constantemente aunque él empezaba a estar harto de ellas.

Ahora mismo estaban hablando todas a la vez, esas desgraciadas no se callan nunca- pensó al mismo tiempo que se levantaba de golpe y decía en voz alta para asegurarse de que le prestaran atención- ¡Es muy frustrante! Si no fuera por vosotras ya habría alcanzado mi destino.

A continuación, con toda la rabia acumulada que fue capaz de proyectar, tiró el frasco contra la pared. Se trataba de una autentica declaración de guerra. Estaba tan furioso que se negaba a admitir su derrota. La mujer de los ojos verdes continuaba viva. Esas voces mentirosas se la habían vuelto a jugar empujándole a un estado de impotencia que le asfixiaba y no le permitía pensar fríamente.

Si lo hubiese hecho, nunca se habría atrevido a rebelarse contra ellas por miedo a las consecuencias. Ahorrándose por tanto, el acabar tirado en el suelo, en posición fetal, suplicando entre lágrimas y gemidos. Cuando consiguió ponerse en pie al cabo de un buen rato, se acercó tambaleante al lavabo del primer piso y comprobó que estaba sangrando de nuevo. Pero ya no solo se trataba de la sangre del brazo, sino también la de la nariz y los oídos. El castigo en esta ocasión había sido ejemplar, ellas querían asegurarse su obediencia en cuanto a no volver a acercarse a esa mujer. Como si supiesen que en algún lugar estaba escrito que ella sería su perdición.

—————

Volver