El mejor amigo del hombre 5

30.05.2011 12:19

 

Capítulo 5:

A Celia le costaba creer que por una vez que pasaba algo emocionante en aquel nido de ratas, no pudiese estar presente ni siquiera en las conversaciones. Tenía que conformarse con observar a cierta distancia cuando dejaban entreabierta la puerta. Llevaba ya bastante tiempo trabajando en los archivos del ayuntamiento y su cuchitril, compuesto por un par de paneles para dar cierta sensación de privacidad, mesa, silla y un par de estantes insuficientes para los cientos de papeles amontonados por todas partes, quedaba justo al lado de la oficina en la que la policía solía elaborar sus aburridos informes sobre el borracho del pueblo o las discusiones que habitualmente mantenían la mujer del panadero con la del fontanero porque nunca se ponían de acuerdo en quien tenía el hijo más guapo e inteligente o cual era el mejor regalo de aniversario de sus maridos. Empezaba a estar harta de ese lugar y se largaría en cuanto hubiese ahorrado lo suficiente.

Ni en sueños hubiese sido capaz de imaginar la que se le venía encima y como echaría de menos la tranquilidad que en ese momento tanto detestaba. Todo empezó cuando decidió averiguar un poco más sobre el ataque al perro de los nuevos vecinos. Realmente no es que estos acabaran de mudarse, pues ya llevaban más de dos años viviendo en una de las casas de la colina, la zona más exclusiva y bonita de todo el pueblo. La verdad era que cualquier persona que no hubiese permanecido en ese lugar durante más de tres generaciones era considerada una extraña y se le trataba como tal.

Ella misma había tenido que vivir esa situación tras volver de estudiar en una universidad del extranjero, suavizada tal vez al darse la circunstancia de que era la nieta de doña Lourdes, la matrona que durante años ayudo a nacer a cientos de habitantes de esa cloaca apestosa.

Imaginó entonces como se lo tendrían que haber hecho pasar a la pobre dueña del animal esas arpías, cuyo deporte oficial era arrancarse el pellejo a tiras a la más mínima oportunidad y sintió cierta empatía por esa mujer. Quizás aquel no fuese el momento adecuado para presentarse a los nuevos vecinos, pero con una media sonrisa recordó que eso a ella nunca le había importado.

 Así que con decisión, aunque sin tener ni idea de lo que pensaba decirles, llamó al timbre mientras observaba con melancolía que todo lo que le rodeaba pertenecía a un estilo de vida que ella nunca podría tener. Una chica de ojos tristes le abrió poco después.

-¿Qué quieres?- le preguntó a la defensiva. Celia supuso entonces que no era la primera vez que alguien venía a esa casa a “interesarse” por el estado del animal. Habían sido la comidilla de las reuniones de marujas durante la semana transcurrida desde el suceso. Se preparó a la velocidad del rayo un discurso el cual no le sirvió de nada pues solo consiguió articular un escueto saludo. Sintió como un escalofrío le recorría la espalda, hacía mucho que no le mandaban callar y menos con una simple mirada.

La mujer siguió observándola durante unos instantes más y a continuación se hizo a un lado para dejarla pasar mientras le decía irónicamente -Mi perro se encuentra bien, si no te da miedo que te muerda entra y compruébalo por ti misma…- Avanzó en la dirección que se le estaba indicando y observó que a unos pocos metros de la entrada se encontraba el salón. Estaba decorado con muy buen gusto. Si había algo de lo que Celia careciese era de éste, así que le era muy fácil reconocerlo cuando se encontraba ante él.

Despacio, con cuidado de no asustarle, se acercó al animal que permanecía tendido en la alfombra y le acarició la cabeza con ternura. Este le correspondió lamiéndole la mano y su admiración por esos nobles compañeros creció enormemente, pues a pesar de lo que le habían hecho, todavía confiaba ciegamente en los seres humanos.

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