El mejor amigo del hombre 6

23.06.2011 10:54

 

Capítulo 6

Entró a la tienda de antigüedades sin saber muy bien que era lo que iba buscando pero muy ilusionado ante la expectativa de hacerle un regalo a María. Había estado tan pendiente de la recuperación de Oso que quizás no le hubiese prestado la atención suficiente y por eso ella se comportaba ahora de esa forma tan esquiva con él. Ni siquiera le miraba a los ojos, tenía la sensación de que le ocultaba algo, pero eso era imposible, si existía una persona transparente para él, esa era su mujer. Aquella a la que había elegido como compañera para el resto de su vida, la misma por la que si fuese necesario daría la suya propia.

Fue entonces cuando le vio. No esperaba encontrarle en ese lugar así que su sorpresa inicial pronto se convirtió en disgusto y su buen humor desapareció como por arte de magia. Tendría unos sesenta años pero aparentaba bastantes más. Carlos pensó que debía ser por su mal carácter. No conocía a ninguna persona que simpatizase con ese hombre y desde luego que después de lo que le había pasado a Oso, él tampoco. Estaba casi seguro, aunque careciese de pruebas, de que ese hombre, su vecino, había tenido algo que ver. Quizás no directamente porque carecía de la fortaleza necesaria para apuñalar a un animal de esas características y salir indemne pero le consideraba perfectamente capaz de mandar a alguien para hacer el trabajo sucio, ese tipo no tenía corazón, solo necesitaba fijarse en como trataba al resto del mundo para comprender eso.

De hecho, se fijo en que en ese mismo instante estaba discutiendo con el dependiente. Este ya no sabía ni lo que hacer, o mejor dicho donde esconderse porque ese maldito viejo cada vez le decía cosas más feas y lógicamente ese chico ni estaba preparado para contestar ni debía hacerlo puesto que la imagen y la reputación de la tienda estaban en juego. Así que, según observó Carlos, este se limitaba a asentir cuando el bastardo le gritaba que los artículos que allí se vendían eran una porquería y que todos los que allí trabajaban eran unos timadores y unos aprovechados.

Ese tipo no tenía vergüenza alguna. Ya estaba a punto de salir de la tienda sin comprar nada, aprovechándose de que en el calor de la discusión aun no había sido visto cuando de repente la puerta se abrió y entraron dos clientes. Se trataba de una pareja y ella le resultó familiar, tras observarla un poco más recordó que era una de esas mujeres que habían ido a visitarles en los días siguientes al incidente. Efectivamente, aquella señora había sido la única que se había atrevido a acariciar al animal dejando a un lado las preguntas indiscretas o morbosas sobre el suceso.

Le hizo un leve gesto con la cabeza a modo de saludo y ella le correspondió de forma demasiado efusiva, dando al traste con sus planes de desaparecer sin llamar la atención. No es que tuviese miedo a un enfrentamiento con ese carcamal, sencillamente sabía que aquel no era ni el momento ni el lugar.

Afortunadamente el anciano debió de pensar lo mismo pues después de lanzar unas cuantas miradas de desprecio a todos los allí presentes se fue dando un portazo, no sin antes dejar bien claro que aquella era la última vez que compraba algo en esa cueva de delincuentes.

La mujer se le acercó y evitando cualquier tipo de comentario sobre lo que acababa de ocurrir, le presentó a su compañero. Se trataba de un hombre algo más joven que ella que ya debía de estar rozando los cuarenta, aunque reconoció que se conservaba bastante bien a pesar de su evidente falta de gusto al vestir. Moreno, de piel clara y rostro agradable. Alto y corpulento, casi tanto como él.

Le estrechó la mano y sintió como un escalofrío le recorría todo el cuerpo, aunque no le dio mayor importancia pues pensó que se debía al desagradable encuentro con su vecino. Como iba a imaginar que estaba enfrente del ser más malvado, astuto y despreciable que iba a conocer en toda su existencia, si éste era tan discreto que ni siquiera se había percatado de que era el mismo que vivía a unos pocos metros de ellos, siempre acechándoles desde las sombras, fantaseando con sus muertes una y mil veces.

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